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En los últimos años, la emergencia y evolución de discursos y prácticas feministas, estudios decoloniales, teorías queer y crip, etcétera, se han convertido en los principales ejes generadores de relecturas en la historiografía dominante del arte y en el agenciamiento y reescritura de identidades y sujetos subalternos que históricamente fueron invisibilizados, violentados, expulsados y/o categorizados como un elemento más dentro de las obras y exposiciones de arte. Este rescate y politización dentro del arte ha supuesto un cambio de paradigma a nivel historiográfico y político en la búsqueda de diálogos entre teoría crítica, práctica política e intervención simbólica en las visualidades hegemónicas y en el arte contemporáneo.
Dicho esto, en la actualidad, dibujar una cartografía sobre la evolución de discursos antiespecistas en el arte contemporáneo es más complicado. Muches de nosotres nos encontramos estupefactes ante la falta de discurso antiespecista en espacios culturales y artísticos, y a la vez entendemos perfectamente los intereses de las instituciones a las que pertenecen estos espacios. En medio de este silencio, es imposible no hacerse algunas preguntas, ¿cómo se crean y muestran narrativas antiespecistas en el proyecto historiográfico del arte actual?, ¿cómo irrumpir los sistemas de estas narraciones?, ¿cuáles son las relaciones entre visualidad, representación, identidad, poder y subjetivación que impiden el acceso del discurso antiespecista en la escritura de la historia del arte?
El antiespecismo como discurso y práctica política en contra de la explotación animal es casi inexistente dentro de prácticas artísticas contemporáneas; este silencio lleva implícito que el cuerpo y la vida de los animales no humanos no se contempla como parte de la lucha en contra de la opresión y explotación de esos cuerpos “otros”; visibilizar y señalar estas opresiones y privilegios genera demasiada controversia en espacios culturales que se consideran vanguardistas, críticos y transgresores.